domingo, 25 de enero de 2015

Las uvas de la ira, por John Ford (1940)


Quienes me conocen saben que estoy un poco obsesionada con John Steinbeck, en particular con "Las uvas de la ira", que definitivamente ocupa uno de los primeros lugares en mi lista de libros favoritos. Anoche vi la adaptación al cine de John Ford, de 1940. La película captura a la perfección la desolación del libro; puedes sentir como se te rompe el corazón al ver las conversaciones entre Mama Joad y sus hijos. Y me encantó el trailer, parece promocionar más la novela que la película.

Soy un poco exigente para las adaptaciones de libros en la pantalla grande: me gusta que sean lo más textuales posible, que vayan linea por linea siguiendo el texto, y John Ford no me defraudó. Solo falló un poco en el que es, a mi parecer, el momento más sublime de la historia, pero el resto de la película logra compensarlo.


sábado, 24 de enero de 2015

Ciencia, parte 1

Hace un par de días, mis redes sociales se llenaron de links a videos y noticias sobre un metal tan hidrofóbico que hace rebotar las gotas de agua que llegan a su superficie. Suelo recibir novedades de ese estilo, ya que sigo a varias cuentas de ciencia y la mayoría de mis amigos y seguidos son del área; sin embargo, esta vez el impacto fue bastante mayor. 

El ver a tanta gente que, estoy segura, no se definirían como science enthusiasts compartiendo y comentando la noticia, me llamó la atención. Es algo que suele pasar con historias llamativas, con novedades científicas que traen videos entretenidos, como era el caso de esta. Y, si bien me encanta que la ciencia se masifique y que gente que no pertenece directamente a dicha área del conocimiento se vea entusiasmada, me parece que hay varios problemas en el cómo se presenta la ciencia al público general.

Actualmente nos encontramos muy informados, quizás incluso sobreinformados, sobre distintos resultados científicos, como es el caso de este metal, nuevas fotos astronómicas, etc. Los resultados llegan a nuestros newsfeeds con rapidez, y eso nos da la falsa impresión de que la ciencia es dinámica, es rápida, es proponerse un experimento o una idea y realizarla. Se presentan los resultados, no la ciencia propiamente tal que hay detrás, no el hacer ciencia.

Y, con hacer ciencia, no me refiero a un sujeto con mechas a lo Albert Einstein disparando rayos en un laboratorio. Me refiero a meses, años incluso, de tomar datos, de analizar variaciones mínimas, de escribir ecuaciones, de estar sentado frente a un computador, de ensayo y error.

La verdad, es entendible que la ciencia se promocione así en los medios. Probablemente a nadie le llamaría la atención el titular "después del cuadragésimosegundo experimento, científicos aún no logran una placa de metal que haga rebotar el agua". Quizás, científicos de otras áreas lo leerían, y asentirían con su cabeza en silencio, en una privada señal de apoyo moral. Y tampoco es algo que ocurra sólo en la ciencia: nunca se escucha sobre el escritor aún demasiado insatisfecho con su novela como para publicarla, o la banda que aún no logra que su nuevo disco suene como quieren. Lo que nos interesa y consumimos es siempre el resultado final.

Pero en el caso de la ciencia, a diferencia del arte, este consumo de resultados trae dos problemas: en primer lugar, le da al público una falsa idea de que la ciencia es rápida y constante. De ahí vienen los comentarios del tipo, "¿cómo puede ser que aún no haya una cura para el cáncer/VIH/ébola/etc?" "¿Por qué se invierte tanto en telescopios siendo que todavía no se encuentra una cura para el cáncer?" y demases. A pesar de las diferentes escalas, hoy es mucho más fácil tomar una fotografía de gran resolución de una galaxia vecina, que curar el cáncer. Y, al no ver la ciencia detrás, se genera la falsa idea de que se le está dando prioridad a aspectos no tan importantes para el ser humano. ¿El error? Son descubrimientos que operan en planos completamente distintos, y los avances de un área de la ciencia generalmente no ocurren en detrimento de otra. 

Viéndolo desde afuera, estos cuestionamientos no parecen inválidos. Yo estoy, en general, pendiente de las novedades científicas, pero no tengo idea en qué nivel se encuentra la cura del ébola. Menos aún lo sabrá gente que no se informa diariamente sobre el mundo científico. Pero estas dudas, que la mala cobertura de la ciencia genera, lamentablemente abren la puerta a un nicho que busca apovecharse de la pomposa verborrea científica: los charlatanes.

Creo que una de las razones por las cuales la gente cae en tanta cura mágica, en tanta astrología y misticismo, se debe a que estamos acostumbrados a ver el resultado, y no el proceso. 

Supongamos, sólo con fines ejemplificativos, que hay algún proceso mágico que llevan acabo los astrólogos antes de plasmar las predicciones diarias para cada signo. Acá también vemos sólo el resultado: la página de horóscopos del diario. Todos los días está ahí, para decirnos que no confiemos tan rápido en la gente y que nuestro número de la suerte es el 38.  Como toda pseudociencia (o, en el caso de la astrología, mejor decir charlatanería), el místico se aprovecha de la dificultad que tiene la ciencia para explicarse y para mostrar sus procesos. Para el público general, determinar las predicciones de un horóscopo es tan misterioso, desconocido e inexplicable como hacer chocar partículas en un ciclotrón. Con la diferencia que, en el segundo caso, hay ciencia y trabajo detrás. En el primero, posiblemente sólo imaginación y algo de sugestión por parte del adivino.

Muchas veces se señala que a la sociedad le falta pensamento crítico para dejar de aceptar las pseudociencias a ojos cerrados, y es verdad. Pero también le falta conocer la ciencia, ver cómo es realmente. Que la noticia vaya más allá de mostrar el video viral con el experimento funcionando: que se comenten los procesos, que se entreviste a los científicos, y que hablen de sus fracasos tanto como de sus aciertos. Que se muestre por qué la ciencia es difícil, por qué los descubrimientos toman tiempo, dinero y recursos, por qué no es tan fácil como decidir que voy a descubrir la cura para el ébola y, simplemente, hacerlo.

Supongo que las noticias científicas son víctimas de los mismos filtros que el resto de las noticias: si no impacta, no llama la atención. La ciencia, o mejor dicho el hacer ciencia, sigue viéndose como algo lejano, misterioso y, sobretodo, aburrido. Algo de nerds, de asociales encerrados en el laboratorio.

El cambio necesario en este caso no va sólo de la mano de los medios de comunicación o de quienes transmiten la noticia. Va también en un cambio de actitud de quienes hacen ciencia. Pero eso, que era el tema que pensaba discutir originalmente, se vendrá para la parte 2.


martes, 13 de enero de 2015

Limítese a pensar

Tener todas las ideas al alcance de la mano hace que ya no nos dé para pensar. El "pensar", en la era de Internet y las redes sociales, ha derivado en un simple "compartir opinión". Creemos que hacer click en el botoncito de "compartir" es equivalente a pensar. 

Actualmente, leo más opiniones que noticias o hechos. Si bien intento ojear diariamente algunos portales de noticias, me atrevería a decir que por cada noticia que leo, leo al menos 3 veces más columnas de opinión sobre el mismo tema.

Incumbiendo un mismo hecho, hay cientos de miradas distintas. Esto siempre ha sido así, y no es malo, muy por el contrario: los distintos puntos de vista son lo que hacen rica una discusión. Un punto de vista opuesto al nuestro puede hacer temblar nuestros cimientos, obligarnos a considerar nuevas opciones. La base del pensamiento, la base del formar opinión, viene de abarcar la mayor cantidad de puntos de vista distintos posibles. Y hoy, gracias a Internet y las redes sociales, tenemos acceso rápido a las opiniones que queremos leer, ya escritas y editadas, sean del color político que sean, del extremo ideológico que sean.

El formar opinión es una habilidad en decadencia. Hagamos un ejercicio: entre a Facebook. Baje en su página de inicio hasta que encuentre a algún amigo que haya compartido alguna columna de opinión. Si sus amigos son como los míos, lo más probable es que dicho enlace haya sido compartido junto con un escueto "100% de acuerdo", o cualquiera de sus equivalentes. Algunos, incluso, van más allá, haciendo derechamente copy-paste del párrafo que más les llegó, que más se parece a lo que ellos creen que deberían estar pensando, introduciendo en el tema a los amigos que le harán click rápidamente para, también, estar de acuerdo. Pocos son los que comparten un enlace, entrevista o columna de opinión, adjuntando alguna pequeña discusión o argumento sobre este (para ir aún más allá: análisis del comportamiento de las personas en la web muestran que no hay correlación entre las veces que un artículo se comparte, y el número de personas que lo leen. Esto, según los data analysts de Chartbeat).

Hoy en día no buscamos construir nuestra propia opinión sobre los hechos: buscamos el medio con la opinión más similar a la nuestra, el periodista/bloggero que haya enumerado más ideas parecidas a las nuestras y, simplemente, lo compartimos. No se discute ni se debate: buenísimo, excelente, 100% de acuerdo, yo mismo no podría haberlo dicho mejor. El problema con esto, es que las opiniones pasan al mismo nivel que los videos virales de guaguas riendo: los cliqueamos, los vemos, nos gusta, a los 10 minutos ya ni nos acordamos.

Pongo como ejemplo de moda el caso de Charlie Hebdo que, confieso, he seguido bastante en redes sociales. Esta última semana, probablemente el 90% de los artículos que he leído han tenido relación con la revista. Y he notado dos tipos de opinión. Si bien todos condenan el ataque, hay un lado que señala que la revista cruzó un límite, que eran islamofóbicos, y que deberían haber imaginado que algo así pasaría si seguían su linea editorial habitual. Otros, defienden a la revista y el hecho de que nada es sagrado, que de todo puede hacerse burla, que cualquier ideología puede e, incluso, debe ser cuestionada.

Hagamos nuevamente un ejercicio de Facebook. Es altamente probable que gran parte de sus amigos hayan compartido algún enlace de ese tipo durante los últimos días. Es casi absolutamente probable, también, que ninguno de esos amigos ha tenido, jamás, algún ejemplar de Charlie Hebdo en sus manos, ni han leído un ejemplar completo, aunque sea online. Se que yo no lo he hecho, ni tampoco, me atrevería a decir, la mayoría de las personas que han estado opinando al respecto. Pero todos esos amigos opinan, o que Charlie Hebdo es un ejemplo a seguir, o que se pasaron de la raya.

No planteo ese ejemplo con intención de caer en el exasperante cliché de "no puedes opinar sobre algo que no viviste". Lo menciono para mostrar que, probablemente, ninguna de esas personas se ha formado una opinión de manera objetiva. Simplemente se repiten opiniones leídas previamente, las que analizamos sin acceso completo al asunto sobre el que se está opinando; opiniones de las cuales, además, se ignora toda frase que pueda habernos hecho algo de ruido. Eso es evidente también en el hecho de que estas opiniones polarizadas parecen ser todas copias unas de las otras. Todas dicen lo mismo, parafraseado de manera diferente.

Ya no nos informamos leyendo los hechos, sino que a través de opiniones. Lo cual no es intrínsecamente malo. El problema es que estamos tan plagados de opiniones en forma de enlaces "llegar y llevar", "cliquear para compartir", que nos preocupamos más de compartir el link que más nos identifica, en lugar de formar una opinión propia. Dime si compartes la columna de Emol o la de El Ciudadano, y te diré quién eres.