Hay dos personas en mí.
Una es la persona tranquila, con autocontrol y rumbo, que no se deja llevar por arrebatos, ni por sentimientos violentos. La persona que no duda, que se siente compañía y acompañada, pero no media naranja, no mitad. La persona que apenas nota si el teléfono no suena el fin de semana. La persona que era antes.
Y la persona trémula. La persona que tiene miedo, miedo de no ser exactamente lo que tiene que ser. La persona que cree, erróneamente, que el sacrificio es la base del amor. La persona para quien el otro está primero, y ella, después. La persona en la que, por tí, me convertí.
No te culpo de todo. La materia prima, probablemente, estaba. Pero es duro mirar hacia atrás y ver cómo cambié, cómo me hundí, como me arrastraste hacia el fondo, cómo cosas que eran tuyas se transformaron en mías.
Cuatro años de mi vida hundiéndome en un hoyo del cual aún no logro salir por completo.
Lo que más miedo me da es lo sutil que fue el cambio. Fue tan lento, que nunca me di cuenta que estaba cambiando, ni que lo que hacía estaba mal. Con claridad, creo que no me di cuenta hasta hoy.
Antes de tí, yo no era así de temorosa. Antes de tí, no sentía que era necesario sacrificarse para amar. Porque antes de tí amé, si, amé mucho y con locura. Amé con toda la fiebre que mi ser hasta entonces conocía. Pero era amor sano. Amor compañero. Amor de amistad. Amor de igual a igual. En ese amor no temía, porque no me hacían temer. No ponía a otros por sobre mí, porque no era necesario. Era amor que no obligaba, que no pedía sacrificios. Y es que no era necesario sacrificarse: éramos yo y él, amigos, amantes, compañeros, felices. Nunca tuve miedo con él. Nunca sentí que decir que no me traería algún problema. Nunca pensé que fuese necesario decir que sí a todo para demostrar que mi amor era fuerte y real.
Quizás, porque aunque los dos éramos muy jóvenes, también nos sentíamos personas completas. Buscábamos amistad y compañía, comprensión y apoyo. Pero no completarnos mutuamente.
Y después llegaste tú. Tú, tus inseguridades y tú. Ese tú que me hizo pensar que si no lo daba todo, no era amor. Ese tú que me lloraba al teléfono si no era mi todo. Ese tú que me hizo creer que dejar la vida de lado era la manera más verdadera de amar.
Tal vez siempre te sentiste inferior a mí (a veces lo sospechaba). Tal vez siempre te sentiste inferior a mis amigos (eso siempre lo supe). Mirando hacia atrás, no te culpo, porque creo que sólo sentías miedo. Miedo a que yo pudiera vivir sin tí. Miedo a que yo fuera una persona completa y no te necesitara. Miedo a que me diera cuenta, a que recordara, que no es ni necesario ni suficiente necesitar a la otra persona para amarla.
Comenzaron las llamadas. Te extraño tanto, ¿por qué no vienes a mi casa después de clases? Pero es que te echo de menos, si a ellos los ves todos los días. Al principio era un pobrecito, si yo también lo echo de menos, cómo no voy a ir a verlo. Al final era lo único que había. Porque, aunque los viera todos los días, si yo quería estar con mis amigos, me mirabas con cara de cordero degollado. Porque llegabas allá, la única persona de afuera, entre nosotros. Porque no era el hecho de salir, porque para salir contigo no había problema. Porque me ibas a buscar siempre. Porque me llamabas, cuando iba llegando a clases, para que fuera a tu casa. Al principio lo dudaba, después no. Porque estar contigo era lo más importante. Porque todo lo demás venía después.
Y así fue como me ví después, sola y al fondo del agujero. No lo veía con claridad hasta ahora. Sentía que ya había logrado salir, pero me doy cuenta que no. Que habías calado mucho más hondo de lo que yo pensaba.
Hace unos meses atrás hice una limpieza y encontré uno de mis diarios. Era de la época de una relación nueva, después de tí. Mucho después de tí, cuando ya ni rondabas en mi cabeza, y creía haberlo dejado todo atrás. Pero ahora me doy cuenta que todo ahí estaba impregado de tí. Leí pensamientos míos que consideré ridículos, y que aún me da rabia recordar. Pensamientos que eran tuyos. Incluso puedo escuchar tu voz repitiéndolos: ¿es que acaso solo yo no soy suficiente?
Sigo dentro del agujero. A veces llegan réplicas del pasado, y viene tu fantasma a lanzar tierra en mis ojos. Vuelvo atrás. Caigo un poco nuevamente.
Porque es difícil cambiar algo sin tener conciencia de que hay que cambiarlo. Es difícil darse cuenta que lo que has creído los últimos años no es así, que nunca fue así, que antes sabías que no era así, pero que lograron convencerte.
En esta Luna nueva estoy sola contra la tierra. Yo sola escalaré. No hay planetas que ayuden: esta misión es mía. Qué linda noche para un nuevo comienzo, para dejar atrás. Qué linda coincidencia, haber notado todo esto este día, en preparación para esta noche.
Pensé que había cerrado la puerta, pero aún estaba entreabierta. Lo bueno de eso, es que puedo sacar las cosas tuyas que aún quedaban, y cerrarla definitivamente.